
La Frida. El sol de nuestros días. La estela de espuma de mar de nuestras aguas. La hija-gato que nos pone los pelos parados de tanto pasar rabias, revolverla y amarla nuevamente. Para mi al menos, la Frida es un regalo hermoso, que Marido encontró botado en una cancha por razones que sólo ella conoce y que, a pesar de su sufrimiento, gracias a eso pudimos tenerla. La adoro tremendamente, con sus rutinas diarias y sus mañas. Con su acostarse sobre mi cuando Marido se va a trabajar y dormir por horas conmigo si me levanto tarde. Con sus ojitos de lucero tratando de cazar moscas invisibles y su maña de rasgar el papel mural que nos costará el mes de garantía, así y todo la adoro. Quién podría no querer una carita tan dulce, y esos ojos que parece han vivido mucho en tan poquito tiempo.
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